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sábado, 16 de junio de 2012

La narrativa dominicana, apagones y cerezas por R.A. Ramírez-Báez « PSICOANALISIS Y CULTURA (PYC)

La narrativa dominicana, apagones y cerezas por R.A. Ramírez-Báez « PSICOANALISIS Y CULTURA (PYC)

La narrativa dominicana, apagones y cerezas

R.A. Ramírez -Báez
A mediado del pasado mes de septiembre, Ana J. GilMateo, mujer bella y talentosa,  inició lo que para ella era su “Revolución agropecuaria”. No había que ahondar para notar  que aquellos juicios expuestos por Ana denotaban   discernimientos sobre los asuntos del campo; sin embargo, en su exposición faltaba el  argumento esencial para que dicha revolución fuese efectiva. No mencionaba la carencia  de energía eléctrica que por siglos sigue afectando el desarrollo de República Dominicana.  Ninguna nación puede adquirir progreso si carece de una sólida infraestructura energética. Después de un largo debate con aquella mujer arquitecta de la palabra, no tuve más que admirarla y sentirme privilegiado  de que Liborio Mateo  haya intercedido, favorablemente, hacia mi persona.  No obstante, recuerdo haberle escrito que en Las Yayas de Azua, por ejemplo,  se pierden las cerezas por dos razones: los apagones  no permiten conservarlas y no existe un lógico y necesario concepto de mercado.
De aquella “Revolución agropecuaria” iniciada por Ana me vino a  la mente que la narrativa dominicana al igual que nuestras cerezas, definitivamente,  no tienen mercado. De tal manera en nuestros campos se pierden las frutas sin que a nadie se le ocurra buscarle mercados en el  exterior. Esa misma situación se refleja en una narrativa dominicana desconocida y donde apenas se editan unos cuantos ejemplares que jamás podrían hacer remunerado el trabajo del escritor.  No existe el menor interés en buscarle  mercado al libro dominicano. Y  por ello, la narrativa dominicana  suele ser totalmente desconocida en el mercado internacional.  Los escritores dominicanos son luciérnagas atrapadas en el tupido bosque de la negligencia editorial. Quiero ser específico: no hago mención a su calidad. Y si le agregamos la pasmosa carencia de buenos editores y  una pandilla  de impresores tramposos; entonces,  el asunto se torna en tragedia.
Liborio Mateo
En dominicana lo que existen son impresores que fungen de editores de libros y que hacen algo gravísimo: ¡Nadie puede confiar ellos!; el escritor le entrega un texto y ellos, si les conviene doblan o triplican  la cantidad para venderla  en el mercado negro o a esas entidades  gubernamentales donde existen unos negocios turbios…
Ningún escritor tiene certeza de cuántos ejemplares se han  impreso de su manuscrito.  Y el peor de los casos, es cuando esos libros llegan a los estantes de aquellos libreros que se han hecho ricos estafando tanto a los escritores como a los escasos editores.  La trampa es muy sencilla: ¡El escritor entrega sus libros a consignación! Literalmente, los libreros le dan una borona al escritor cuando a ellos les da la gana.  Luego el escritor se cansa de dar viajes a pedirle algo a ese librero que no más que uno de esos agiotistas que haría lo mismo con el campesino: comprarle las cerezas a la flor. Y termina luego quedándose con la finca del pobre agricultor. Así los libreros se quedan con los beneficios del escritor. ¡Así de sencillo! Pero tenemos unos escritores tan lucidos que sólo se empeñan en arrodillarse ante el gobierno para que este lo favorezca publicándole su libros.  He aquí la radiografía exacta del libro dominicano. Y para desalentarlo, le dicen venga a cobrar los libros ya vendidos, que siempre es una cantidad pírrica: ¡Todo una estafa! Mientras todo esto ocurre, Ana ya convencida de que el próximo apagón esta a la vuelta de la esquina,  me invita al tercer jugo de cereza de la tarde.  Ella sabe que no puede conservar las cerezas  refrigeradas por el ya endémico ritual de apagones.
Ana Josefa Mateo
Ana Josefa Mateo
La cereza ya madura sigue cayendo al suelo. El escritor desalentado retorna donde el librero para saber cuántos libros se han vendido. “Tu libro se esta leyendo muchísimo”, le dice. Y el escritor satisfecho regresa estimulado para la próxima novela pero sin obtener remuneración por su oficio. He aquí el azaroso proceso editorial en dominicana. Pero existe allí un masoquismo  que es impresionante: el escritor se agrada con una sarta de elogios; vive sumiso a la danza de esos  falsos elogios que recibe por  sus escritos, sin poder, con lo que escribe, ni siquiera pagar un mes de alquiler.
¿Cómo se puede solucionar tanto el mercado de la cereza como del libro dominicano? Ana supo que para que las  cerezas tengan mercado primero hay que  electrificar el campo. Asunto que no parece posible debido a que las mafias del gobierno prefieren  jugosas comisiones y que se pudran cuantas  cerezas  produce el campo. ¿Qué hacemos con el libro dominicano? Ana afirma que para producir un buen libro la energía es vital. Pero supongamos que tenemos buenos escritores y el libro ya esta impreso. ¿Qué hacemos con esos libros? ¿Entregárselos a consignación a  los agiotistas libreros?  ¿O repartirlos en las escuelas públicas? Nadie lee libros regalados… a menos que exista cierto grado de hábitos a la lectura. Sencillamente, a las cosas regaladas no se les tiene el mismo respeto que las adquiridas a través de sacrificios.
Para buscarle mercado al libro no hace falta la famosa revolución de Ana. En Nueva York, por ejemplo, viven más  de 500,000 dominicanos; y sin mencionar aquellas otras ciudades donde la presencia dominicana es muy significativa, es inconcebible  que dichos editores y escritores sigan penosamente haciendo el negocio del libro como si fuesen ropas y zapatos cruzando el océano con una maleta repleta de libros. Hay que dejar atrás esa mentalidad  de aldea. Todo parece indicar que dichos  editores  subestiman o desconocen que el mercado  del libro dominicano esta en Estados Unidos. El libro tal como el plátano y la yuca es un producto que necesita del afianzamiento de  mercados. La respuesta es simple: a ninguna editorial le interesa los escritores dominicanos porque  sencillamente, esa narrativa al igual  que nuestra cereza  no tiene mercado.  Las cerezas se  pierden en el campo por el látigo perenne de  los apagones y la narrativa sigue bostezando entre los ríos Ozama y Haina. A todo esto el Ministerio de Cultura a través del clientelismo literario, soborna a unos escritores ignaros,  dispuestos al cohecho editorial; pero más que todo cuando entregan sus libros a dicho ministerio y con ello se aprestan a remover las cenizas burocráticas de gobiernos corruptos. Es por eso  que no  tengo respeto por aquellos escritores sobornados y prebendados que nunca les han exigido  al gobierno desarrollar una política que promueva el libro dominicano en aquellos mercados, repito, donde ese mismo Estado negligente ha enviado a un calamitoso exilio a casi dos millones de sus nacionales. Nadie allí ha tenido moral ni coraje para dar un paso al frente y contradecir las crudas verdades que durante más de una década he venido denunciando a favor del derecho de autoría y respeto hacia el escritor dominicano.
Ahora Ana, convertida en mi editora  personal,  enfoca su revolución desde otra óptica. Ella afirma que no existen razones para que la narrativa dominicana siga el mismo destino de las cerezas, condenadas por los apagones y la falta de mercados.

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