Confesión ontológica de una mujer
Por Odaly Santana
¿Qué es la palabra? ¿Qué es la poesía? La palabra nace, crece, evoluciona, muere y vuelve a renacer. La imagen creada por la palabra dice lo indecible ya sea con contraposiciones o utilizando la palabra como mundo creador de sentidos, rompiendo la ética y estética establecida. La palabra en La ontología de la palabra de Karina Rieke es más que un instrumento y ornamento. Pues cuando nos encontramos con las páginas de este poemario, nos confrontamos a una confesión de una mujer, que podría ser yo o cualquiera de ustedes en la audiencia. Nos adentramos al protagonismo de la palabra, la palabra es confidente, es amiga, es la que da la voluntad de decir lo que jamás se quiere decir. La palabra es una reflexión del espíritu, relata la problemática de cómo la mujer en la intimidad de su hogar se siente sola añorando una compañía. Esto se lleva a cabo evocando memorias pasadas, recurriendo a recuerdos que son recreados de una manera singular con un juego de palabras e imágenes empleadas. Por lo tanto la palabra no puede ser comprimida a lo ya establecido o a la tradición, a solo comunicar sentimientos. La palabra creadora de mundos, de atmósferas, de emociones nuevas, dándole al poeta el poder de la creación tal como lo hace la poeta, se convierte en una especie de maga que puede irrumpir el silencio y sirve como especie de ancla y de superficie del comienzo de todo. Sí comienzo de la liberación de sentimientos reprimidos que cobran vida y forma a través de la tinta y las hojas que conforman este poemario de Rieke. Y es que vemos también una fusión de las artes plásticas y la literatura en estos poemas.
Permítanme acercarme o mejor dicho adentrarme aún más a esta obra: en el poema que encabeza este poemario vemos como la voz poética se encuentra sumergida en la soledad. La poeta o mejor dicho la voz poética establece esta separación entre ella y el mundo, entre los que son amados y lo no amados, entre los que tienen a quien besar y los que añoran unos labios para besar. “Ahí están” como se titula el poema, el mundo y la mujer, el amor y el desamor, la compañía y la soledad. Ahí están todos y yo la mujer que sufre y espera, ahí está “la palabra que hace alzar la cara” para aceptar la cruel realidad y para darnos el valor de continuar. La palabra aliviadora de asperezas, no podría estar mejor dicho de esta forma, ahí están los otros y en contraposición el nosotros, la mujer que padece, cito: “Ahí están/ los que mueren noche tras noche/ amándose hasta garabatear/ en sus cuerpos su misma defunción/ y aquí estamos los otros/ los que reventamos de envidia por un beso/ aunque sea ajeno.” (Rieke, 10) Dicho de otra forma están los amantes que se aman hasta morir y esos otros que viven la agonía de la soledad. En resumidas cuentas la palabra en este poema nos pone de cara a cara con lo que a veces no quisiéramos ver o admitir: la envidia, la soledad y la muerte sin amor. Es mejor morir habiendo conocido el amor y no vivir sin amor. El amor al igual que la palabra mueve al mundo.
Volvamos a mencionar una de las ideas anteriores, cómo Rieke hace esa fusión con la arte plástica y la palabra haciendo que el lector o espectador tenga la imagen inmediata aun siendo algo imposible de palpar o visualizar. En “Óleo sin nombre” palpamos una tristeza profunda a través de estas palabras: “Como dientes/de guayaba y sangre/ esta tristeza es mi muerte/ corroe mi cruz/ y muerde mi lengua/ como un desgarrador/ espeso viento de vidrio.” (Rieke, 11) Pues se describe y más bien se dibuja una tristeza que aniquila, que va destruyendo el alma, cortándote el alma, haciéndola trizas como si la tristeza fuese el filo de un vidrio. La voz poética emplea símiles para comparar la tristeza: es la tristeza un desgarrador espeso vidrio y “una espada valiente/ que en migajas deja mi alma” La amargura y tristeza va escalando y evolucionando dentro del poema al mismo tiempo que las palabras construyen nuevos sentidos de lo desgarrador. No es ahora la tristeza o amargura, es la muerte del ser que se aniquila cuando se cree todo perdido, cuando solo hay desolación. El “Óleo sin nombre” es la mujer sin nombre, la mujer anónima que tal vez a nadie le importe, la que se desmigaja como el pan, es un sentimiento que no puede explicarse. Es así el “Óleo sin nombre” un juego de palabras de un lenguaje vivo en todos los sentidos, es decir que evoca todos nuestros sentidos. A través de una sinestesia “ruido carmesí” volvemos con la imagen del color rojo que vemos al comienzo de este poema “como dientes de guayaba y sangre” que resalta el valor de la voz poética de resistir la tristeza que corroe su ser. Pues es una tristeza más fuerte que la vida misma, en las mismas palabras de la poeta: “Esta tristeza me cubre/ el corazón enteramente/también los recuerdos/ los estímulos/ los origines/ los besos frente al Hudson/ las caricias en mis pezones.” Es una tristeza que mata pasiones y violenta los recuerdos. La palabra es aquí en “Óleo sin nombre” la confidente, la palabra sirve para sanar el alma, para curar la tristeza, tal como lo dice la poeta en estas líneas: “Hurgo al mundo, para no sentirme tan sola/ habito estas palabras/ para no morirme con mi muerte.” (Rieke, 13). Es la palabra la que da el último aliento para seguir viviendo a pesar de las circunstancias.
Los lugares al igual que la presencia de los cristales se convierten en elementos esenciales para construir el sentido de los poemas que conforman está ontología de la palabra. Un ejemplo palpable de esto es “Al otro lado de los cristales”. Rieke emplea la palabra para encontrarse así misma recurriendo a los recuerdos, memorias para expresar sentimientos de nostalgia, de abandono, desolación, angustia, tristeza, olvido, soledad y pasión frustrada. En “Al otro lado de los cristales” volvemos a rencontrarnos con esa mujer sumida en la tristeza apegada a recuerdos y memorias pasadas. En las siguiente estrofa del poema vemos la búsqueda de esta mujer, de lo que solo la palabra es capaz de descifrar: “Hoy me buscaré/ para manipular la alcurnia de mis ganas/ y rebuscar en la selección secreta del recuerdo/ esta verdad que guardo aquí entre mi orilla/ quieta y vacía.” (Rieke, 22). A medida que evoluciona el poema la voz poética va revelando su secreto: Voy indagando/ esta presencia indescifrable/ transparente en las palabras/ que nombran las imágenes/ en las voces que socorren/ aprobación de lo calladamente dicho.” (Rieke, 23). “Con lo calladamente dicho” vemos el empleo de una paradoja. Encontramos al otro lado de los cristales la palabra inextinguible, indestructible, creadora de mundos e imágenes sensacionales. Empezamos el poema con una mujer que anda buscándose y lo terminamos con una mujer que finalmente se encuentra así misma. En esta búsqueda la mujer se libera dejando salir esas palabras que revelan que por él ha sufrido, aunque esta confesión sea intima. Pues la voz poética quisiera deshacer cualquier evidencia de su sufrimiento a través de los últimos versos de este poema: “Me encontraré para desgarrar/ el rumor de este poema/ que podría recordarme en el martirio/ solitaria y con temor” (Rieke, 23).
En “La ontología de la palabra” encontramos un poemario donde se utiliza la palabra no solo para fines eróticos sino para crear nuevos espacios íntimos. La palabra está cargada de sentidos, de contraposiciones, de metáforas y símiles que nos transmiten hacia esos lugares de encuentros del interior femenino. A través de estos poemas de deseos ahogados, de soledad, de la ansiedad que provoca la ausencia, la palabra busca ser reinventada de la misma forma que la mujer en su intimidad busca la reinvención. Esta maga que irrumpe nuestro silencio para poblarlo de palabras que salen de una agonía de mujer confesando la ontología de un ser que trasciende las palabras.
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